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En la tarde de hoy mis palabras se dejan llevar por el espíritu imperante de la navidad. Pero no hablaré para convencer a nadie de si deben o no seguir rituales o tradiciones de tal o mas cual iglesia o denominación cristiana. Ni llegará a los oídos de mis radioescuchas queridos, ningún cántico o himno religioso tratando de demostrar mi piedad o devoción. Tampoco predicaré instando a nadie a ganar su salvación. Esas gestiones se han efectuado por miles de personas a través de los medios de comunicación y en todos los templos del país. Es mi deseo que todo eso contribuya , de ser posible, a la felicidad espiritual de los creyentes. Yo sin embargo me referiré a un tema que muchos líderes religiosos obvian confrontar, o reflexionar sobre el mismo . Me refiero a lo que se conoce como las bienaventuranzas o el Sermón de la Montaña. Los eruditos biblicistas contemporáneos han llegado a la conclusión de que Jesús pudo haber dicho personalmente lo que aparece en ese discurso. Sin embargo, esos pensamientos pudieron haber permanecido dispersos en la mente de Jesús y reunidos más tarde en un solo texto por los escrituristas que perfeccionaron y unificaron los evangelios con la intención de unir los distintos grupos de la cristiandad.
Siempre pienso, al leer las bienaventuranzas, que estas son las guías que le agradaría al maestro Jesús observar en la conducta de sus discípulos. Que si algún creyente o seudo creyente en El, confesara su fe hacia el mismo pero no se condujera acorde con esas bienaventuranzas no le vería con mucho agrado. Atendamos pues lo que se lee en las bienaventuranzas y analicemos si de acuerdo a su contenido tenemos muchos cristianos que sinceramente son renacidos en el espíritu o si por el contrario se mantienen esclavizados a las apetencias mundanas. Atención pues, padres de familia, líderes religiosos , maestros, políticos, comentaristas radiales, jefes de agencias públicas, empresarios que se confiesan cristianos. He aquí las suaves pero firmes aseveraciones de Jesús estableciendo como deben comportarse los mismos. Dícese de Jesús que habló así a una muchedumbre:” -Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. –Felices los que lloran porque recibirán consuelo. – Felices los pacientes porque recibirán la tierra en herencia. –Felices los que tienen hambre y sed de justicia; porque serán saciados. –Felices los compasivos porque obtendrán misericordia. –Felices los de corazón limpio porque ellos verán a Dios. –Felices los que trabajan por la paz porque serán reconocidos como hijos de Dios. –Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. –Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan, y les levanten toda causa de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así trataron a los profetas que hubo antes que ustedes”. En ningún momento Jesús adjudica el disfrute de las bienaventuranzas y mucho menos verdadera felicidad a los que viven para las riquezas, a los que no tienen compasión y abusan de los más desvalidos, a los que se hartan de bienes materiales y no se preocupan por que impere la justicia. En las bienaventuranzas está implícito el rechazo a los perseguidores que no se esfuerzan para lograr el bien común, a los egoístas que solo piensan en obtener igualas aun las mal habidas, a los que tiranizan a quienes se les oponen en aras de una mejor vida para todos, a los que maldicen y calumnian por llegar al poder. Cuando Jesús recuerda el martirologio y los sacrificios por los que pasaron los antiguos profetas, muchos cristianos no reconocen en realidad las verdaderas causas que los impulsó a ejercer el don de la profecía. No se dedicaron solamente a advertir sobre sucesos en tiempos futuros. También encararon situaciones sociales, económicas y políticas que abatían a sus pueblos. Los que hoy en día imitan genuinamente a los profetas, son perseguidos como antes, son apaleados y presos, son víctimas de calumnias e improperios por las autoridades corruptas hasta el tuétano, son mirados por encima del hombro de parte incluso de algunos de sus hermanos en la fe, cómplices del sistema de cosas; de un sistema pervertido y descarriado de los verdaderos valores espirituales. Antes se les consideraba zelotes, iconoclastas, herejes. Hoy se les llama revolucionarios, comunistas e hijos del diablo. Yo pregunto en estos días, a aquéllos que aún tienen oídos para oir y saben recogerse en su interioridad: ¿Que ocurriría con muchos líderes religiosos, políticos y hombres de empresa, si Jesús llegara hoy? . Atendería esta gente a Pablo, que fue quien instruyó a los filipenses con este consejo: “No busque nadie sus propios intereses , sino mas bien el beneficio de los demás” Con esto termino mi mensaje de navidad. El mensaje revolucionario del verdadero amor entre todos los seres humanos que divulgó el Cristo de la Justicia, quien visualizó toda la tierra como una heredad común.
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