Un cuento onírico
Autor: Jesús Andrés Aranda Valdés
Recuerdo que durante este sueño percibía tergiversada la realidad de esa rutina dominical que os acabo de narrar. Pero también sufrió cambios muy interesantes la trama que repetitivamente hube de experimentar en sueños anteriores. Estos siempre terminaban con un nerviosismo irritante pues cuando salía a la calle buscando el auto no lo encontraba. A los dos o tres minutos terminaba esta situación embarazosa , cuando al despertar tomaba conciencia de la realidad y comprobaba que mi automóvil
se encontraba muy guardadito en el garage.
Pero con el ultimo sueño , el final se alargó misteriosamente . Además; aún tras varios meses de ocurrido, lo recuerdo como algo verdadero. Alguna fuerza muy profunda me dice que algo real aunque raro, que tiene que ver con el pasado , aconteció mientras dormía.
Al salir del Teatro Excelsior caminé unas cuadras mas abajo, hacia donde había estacionado mi maravilloso Rambler del año sesenta y cinco , que mi jefe Ramón Colón Torres, me había vendido por una suma insignificante. No por ello dejaba de ser una verdadera joya rodante.
Me sentía muy confuso siempre que soñaba así. Me ví caminando como un sonámbulo por calles antiguas , poco parecidas a las del moderno Santurce. ¿ Por dónde andaba? No pude haber llegado a otro pueblo en cuestión de segundos o minutos. Recorrí una senda entre cañaverales. Era un camino de gravilla estrecho y solitario. Una enorme culebra lo atravesó cerca de mí y no recuerdo quien se asustó mas, si yo o la culebra. De momento cambió el paisaje. Entraba a un terreno mas alto, donde convergían tres diferentes veredas y ya desde el principio percibía un ambiente misterioso.
¡ Milagro ! Saliendo desde la senda polvorienta de la derecha, un jovencito montado en bicicleta bajaba a gran velocidad. Perdió el control y fué a parar con todo y bicicleta a una cuneta por donde transcurría un caudal de agua enlodada. Corrí a socorrerlo pero había desaparecido. En tan solo segundos bajó gritando en la misma dirección una mujer desaliñada pero hermosísima .
- Coñito, Coñito, te he dicho que no bajes solo hasta acá, carajo... no aprendes culisucio.
La mujer pasó por mi lado y yo le dije algo; no recuerdo qué. Pero ni me miró, ni me conteastó; como si yo no existiera. Algo mas raro a cada instante percibía en aquél ambiente inhóspito. Continué hacia adelante, con la ilusión de encontrar mi flamante Rambler. Talvez algunos pillos lo habían escondido por aquellos parajes ruinosos para desmantelarlo.
Caminé media milla cuando menos y ya era tarde. Una neblina envolvía todo aquéllo y fué por eso que me estuvo raro y sorpresivo ver encima de un enorme peñón, de unos quince pies de altura , a una jovencita de unos trece años de edad. Recuerdo que cantaba " amambrocha a dos", mientras abajo, al pié de la roca una niñita mucho menor , brincaba y saltaba al son de la canción. Me acerqué y les pregunté:
- ¿Ustedes son hermanitas?. La más pequeña miró al piso, temerosa. La otra, desde arriba, movió la cabeza afirmativamente. Noté preocupación en su rostro.
-¿ Dónde viven ?. Sin mencionar una palabra señaló hacia una casita destartalada de madera y zinc, semiescondida entre unos árboles frondosos de jaguas y zapotes.
-¿ Y tus padres, están cerca?. La jovencita no quería hablar. Contestó de nuevo moviendo su cabecita, pero en esta ocasion negativamente. Aunque tras mirarla fijamente, sin notar que moviera los labios, me pareció que contestaba: - Hace muchos días que los estamos esperando, a mai y al viejo.
- ¿Dónde están?
- Papi trabaja en la caña y mai en una barra de Santurce.
-¿ Santurce ? ¡ Tan lejos !
-No, si eso es ahí cerquitita. Ellos van y vienen a pié.
-Mira; dime por favor ¿ Has visto pasar por aquí un carro muy grande, bastante nuevo, color crema.
De pronto sentí tras de mí una voz queda y cansada: - Por aquí hace años que no pasan carros señor. Desde que el dueño del ingenio mandó que nos cerraran los caminos .
Cuando me volteé para ver quien me hablaba , ya iba alejándose , dándome la espalda, una anciana canosa, de moño. Agregó sin yo poder ver su rostro: - Deje eso de estar hablando con niñas muertas . Si está cansado sígame, pa' que se tome un buen buche de café.
Emparejé el paso, tratando de observarla de frente. Por alguna razón no enseñaba el rostro. Pasamos frente a dos cruces.
-Ahorita mismo acabo de ponerles esos lazos amarillos y esos tiestitos con azucenas.
-¿ Eran de la familia ?.
- No, vecinos. Fueron el pai y la mai de las niñas que salen a cada rato cerca de la peña. El Viejo mató a su mujer por puta y después se encerró en su casa secuestrando a sus dos criaturitas. Así estuvo días y días sin comer ni alimentar a las niñas. Yo me tiré a pié al cuartel deRío Piedras pa' contar lo que pasaba. Imagímese con la quebrada crecía, la guardarraya llena de fango y yo en chancletas. Pero Dios no me premió por eso; al contrario , cuando fuí a casa de ese loco a regañarle por lo que hacía me tiró ácido en la cara. Por eso no dejo que nadie me vea.
- ¿ Y en qué terminó todo Doña...?
- Doña nada. Yo soy Siña Mica, y oiga... toito terminó con el desgraciao ese ajorcando a esos dos angelitos y después él hizo lo mesmito cuando vió a la autoridad acercándose en un yip pa'rrestarlo. Desde entonces estos terrenos son malditos. Toítos los agregaos que vivían por aquí; unas diez o doce familias, salieron corriendo pa un caserío nuevo de por allá abajo. Ya el dueño nos quería sacar de aquí, pero se murió y a los herederos parecía que no les interesaba mucho esta parte de la finca.
- Entonces , ¿ Usted es la única que vive por aquí? .
- Casi casi, también queda mi sobrina más arriba de por donde usted entró y mi marido Fulgencio , que se mudó pa'un rancho por allá mas abajo. Por allí es que le aconsejo que se salga rapidito. Esto aquí es un infierno.
Seguí el consejo de Siña Mica. Corriendo mas que caminando llegué al pequeño predio de Don Fulgencio. Estaba arando su terrenito con un arado de bueyes.
-Hola amigo...
Repetí el saludo varias veces pero Fulgencio parecía sordo. No me miraba, no contestaba. Me le acerqué un poco más; no mucho para no pisar los surcos. De momento dejó de azuzar los bueyes , sacó un trapo del bolsillo para secarse el sudor y exclamó:
- ¡ Usted por aquí mi'jo ! ¿ Que le trae acá ?
- Estoy buscando mi auto que parece que me lo robaron.
- ¿ Cómo va'sel ? Por aquí hace como sesenta años que no pasan ni gente , ni carretas, ni carros, don. ¿ Usté no se ha dao cuenta que esto es tierra de muertos?
- Vamos Fulgencio, no me diga eso. Su esposa está vivita y coleando y mírese usted a esta hora de la noche bregando con la siembra.
- Compai; si usted me jabla de la Micaela, déjeme decirle que se envenenó cuando yo la dejé sola por tanto que jodía; y sobre mí, no se engañe . A veces los muertos nos quedamos aquí abajo y hacemos las mismas cosas que hacen los vivos.
Sentí temblores y escalofríos. Todavía sentía la humedad y percibía la neblina de aquél lugar tenebroso y tan deprimente. Había despertado y noté que la almohada y la sábana estaban empapadas en sudor. Me levanté de un salto. Fuí al garage y pude ver mi auto Rambler sano y salvo.
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