miércoles, 16 de mayo de 2012

LOS CAMPOS VIVIDOS - (Cuento corto)

Jesús Andrés Aranda Valdés.
Las fincas pletóricas de tierra rojísima bordeaban todo el pueblo de Artemisa. Eran húmedas y aromáticas.Por sobre ellas, sus brisas nos acariciaban con solo aproximarnos a pié o montando nuestras bicicletas. Fluían oliendo a piña madura si nos llegaban desde el oeste, a salitre y mangle desde el sur, a azúcar y melaza desde todos lados.
Acercarse a los cañaverales en tiempo de zafra nos transportaba a una Cuba de mágica movilidad donde se humanizaba la naturaleza en su máxima expresión de productividad. Entonces surgía ante nuestra vista curiosa y expectante la ruralia del machete afilado y de la caña a tres trozos; la de los guajiros nobles que al cargar las carretas nos regalaban varias de estas cañas al notar nuestra ansiosa espera.
Pensábamos que por ser pobres era normal sustraer algo; realmente una miseria; de lo mucho que pertenecía a los colonos y a los dueños millonarios de la central. Al fín o al cabo, los pobres tanto como los ricos sabemos que la tierra es madre de todos y no debería ser de nadie en particular.
Pero lo que de sabiduría divina sobrevive en nuestros corazones no es lo que creen los poderosos. Por aquéllos lares algunos jornaleros pobres explotados en los campos no pensaban en Dios, ni iban a las iglesias. Talvez pensaban que Dios sí existía, al hacer unos paisajes tan maravillosos, pero por alguna razón no demostraba interés en darle mantenimiento a su creación. O quien sabe si Julio Lobo, el zar de la caña, o Pérez Galán, el zar de la piña eran los únicos bendecidos por ese Dios al tener suficientes recursos para donar buenas cantidades a la iglesia y repartir bolsas de alimentos a sus aparceros en las navidades. Esos cristianos sí que vivían a sus anchas. En una ocasión el periódico regional Actualidad Nacional publicó una noticia con el siguiente encabezamiento:  CONOCIDO EMPRESARIO RECIBE A FAMOSA ARTISTA ZAZA GABOR. LLENA LA PISCINA DE SU MANSION DE CHAMPAGNE PARA COMPLACER A SU FAMOSA AMIGA.
Años más tarde, viviendo ya en esta isla, conversaba con un querido amigo puertorriqueño, el profesor Miguel Charneco. Tras recordar con nostalgia el bucólico esplendor que había aprendido a admirar durante sus visitas a Cuba como funcionario del Departamento de Estado, me contó lo siguiente: -Tiene usted razón Aranda.Pude percatarme de las enormes riquezas de ese señor pues le visité en una ocasión y pude ver una colección de antiguedades que muy bien podía sobrepasar un millón de dólares.
Sin embargo, todas las mañanas, de madrugada, cientos de obreros salían de sus casuchas situadas en el Callejón de la Gabriela y el caserío del Paso del Nivel hacia los latifundios de caña y piña a sudar la gota gorda por jornales miserables que desaparecían desde mucho antes de comenzar el tiempo muerto.
Pero muchos niños y jóvenes del pueblo, pertenecientes a familias obreras o de clase media, percibíamos a nuestro pueblo como uno alegre o conforme al menos. Y aún entre los bolsones de más extrema pobreza mi gente sobrevivía austeramente y se ayudaban unos a otros en las duras faenas. Claro, los dolores colectivos de los pueblos tienen sus límites, las injusticias cansan y escandalizan, y estos sectores no duraron mucho en reaccionar a los reclamos revolucionarios que tumbaron a los Batista , a los Lobo , a los Perez Galán, y a todas las corporaciones latifundistas del país.
Pero los jóvenes nos entreteníamos de muchas maneras. Desde los llanos de los bateyes de los ingenios Andorra y el Pilar , o desde la torre de la iglesia donde los domingos subíamos a repicar las campanas para anunciar la proximidad de la misa, mirábamos hacia el norte y como entre el cielo y la tierra se erguían majestuosas las altas montañas . Entre estas. serpenteaba temerosa la carretera que a travesando el tranquilo barrio de Cayajabos comunicaba a nuestro pueblo de Artemisa con los de Bahía Honda y el Mariel. Durante el trayecto, el cauce de aguas claras y profundas del río San Francisco atraía nuestra atención con una fuerza irresistible. Todos los vecinos de los alrededores sabíamos que a lo largo y ancho de su corriente susurrante abundaban con indescriptible prodigalidad , las biajacas,anguilas y guabinas. A sus riberas abundantes de bambúes arrulladores, con sus cánticos de esotéricos significados, se acercaban los agricultores sufridos por los rigores del tiempo muerto, los pescadoeres de oficio y los guajiritos procedentes de todos los andurriales. Apostaban al río con sus avíos rústicos, que saldrían airosos en sus intentos de obtener parte del sustento diario para ellos y su familia.
En nuestros pueblos de campo, fundamentalmente católicos, no contaban mucho las creencias en los signos zodiacales.Pero como trabajadores envueltos por los velos maravillosos de una naturaleza exhuberante, reverenciamos con unción la tierra, el aire, el agua y el fuego. 
Nunca hemos dejado de sentirnos hijos de la Madre Tierra y a veces llegábamos a creer livianamente en los ángeles por la constancia de los sermones.Pero en mi siquismo más profundo notaba en todo momento una admiración remota pero arraigada en mi pueblo campesino por la veneración a lo natural. Y es que nuestra mente colectiva,vibrante y acuciosa, está regida por los genes prodigiosos de los indios siboneyes. En cierta ocasión ví una fotografía muy antigua y ajada de mi visabuela y noté que era una aborígen pura. Los guajiros cubanos encontramos la solución a nuestros problemas doblando el lomo con estóica resignación, ayudándonos unos a otros y reflexionando mientras observamos las lagunas y ríos que riegan nuestros campos, y la agreste playa Majana desde donde zarpan humildes y valientes pescadores en sus endebles canoas hacia las turbulentas aguas del mar antillano, rumbo a los hoyos profundos, bordeando a veces intrépidamente, los litorales de la Isla de Pinos.
P.D. Este es un cuento muy incompleto por su improvisación.Quizá en una próxima ocasión lo aborde y perfeccione calmosamente, pues son muchas las anécdetas de mi juventud repletas de inquietudes, travesuras, ideales y aventuras. Para contarlas necesito no solo inspiración sino mucho valor.



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